rapolita escribió: ↑ https://www.msn.com/es-ar/noticias/arge ... b375&ei=10
En un pueblo de Estados Unidos los libertarios tomaron el cielo por asalto.
Las primeras medidas que implementaron fueron en sintonía con la biblia de Milei: redujeron el presupuesto del sector público en un 30% para recortar gastos en administración gubernamental, servicio de iluminación eléctrica, reparación de calles y recolección de basura. Sostenían que todo eso podría ser costeado por cada vecino en forma individual y que el ahorro de impuestos sería muy importante. Pero en una segunda etapa también redujeron fondos para el pago a policías porque, explicaban, no había grandes delitos que justificaran esa inversión. El propósito era probar que la intervención gubernamental es opresiva, pero que si se deja a la sociedad actuar por su cuenta florece y es capaz de autorregularse.
Sin embargo, la falta de gestión estatal hizo que Grafton se deteriorara: colapsaron los servicios públicos, empezó a faltar calefacción en los hogares y las calles se llenaron de baches. La oscuridad por las noches en los vecindarios, sumada a la falta de presencia policial, hizo que aumentara la inseguridad, que se multiplicaran los hechos delictivos y que se produjeran por primera vez en décadas homicidios por robos armados. Pero nada de eso fue tan grave como el nuevo e infrecuente problema que alertó al gobierno libertario. Como nadie se preocupaba por mantener la higiene urbana, los bosques y las calles se llenaron de basura y los restos de comida dejados a la intemperie sedujeron a un enemigo impensado: los osos. Centenares de osos negros aprovecharon la falta de controles y terminaron invadiendo Grafton para atacar a los residentes y convertir en pesadilla el sueño liberario.
Peter Fritzsche es un historiador e investigador de fenómenos políticos internacionales.
Su análisis es este: “No encontré votantes pasivos, atemorizados o angustiados, llevados de un partido a otro por las circunstancias económicas. Encontré una insurrección juvenil y enérgica que resiste a la izquierda, pero rehúsa también la condescendencia frente a las elites tradicionales”.
Lo dice en su clásico libro De alemanes a nazis 1914-1933 (Editorial Siglo Veintiuno), en donde estudia cómo la sociedad alemana se transformó en nazi.
Su investigación muestra cómo la combinación de distintos factores va modificando poco a poco el comportamiento de una sociedad. La alimentación del odio hacia el otro durante años, el síndrome de autoflagelación colectiva, la crisis económica, la decadencia de los partidos tradicionales y, al final, el surgimiento de un salvador de gestos y oratoria espectacular y agresiva que corporiza la necesidad de destruir un sistema y la esperanza de construir otro distinto que traerá gloria y progreso.
Lo explica así: “Aquel fue el levantamiento de una generación joven de activistas, cuya meta principal era desarticular la cultura de castas de la Alemania conservadora. El nazismo atrajo a tantos alemanes debido a su amplia base social, a su populismo y a su retórica antielitista. Su racismo y su antisemitismo probablemente realzaron su imagen popular. Pero el nazismo está más cerca de nuestras tradiciones políticas de lo que nos gusta creer puesto que las ideas democráticas se combinan continuamente con nociones menos democráticas y adquieren fácilmente una retórica de amigo o enemigo, de inclusión o exclusión, que amenaza la integridad de los derechos individuales”.
Pero, por suerte, aquello pasó hace un siglo y en otro mundo.
Es cierto que hay personajes, crisis, odios y locuras parecidas, pero cualquier similitud con la realidad no puede ser más que pura coincidencia.
Por suerte, sí, porque si no, la historia se repetiría como tragedia y farsa a la vez.