La política surge para organizar la sociedad colectivamente de forma que sea también un beneficio colectivo para desarrollarse; no se ve eso.
Cohiue escribió: ↑ Peter Fritzsche es un historiador e investigador de fenómenos políticos internacionales.
Su análisis es este: “No encontré votantes pasivos, atemorizados o angustiados, llevados de un partido a otro por las circunstancias económicas. Encontré una insurrección juvenil y enérgica que resiste a la izquierda, pero rehúsa también la condescendencia frente a las elites tradicionales”.
Lo dice en su clásico libro De alemanes a nazis 1914-1933 (Editorial Siglo Veintiuno), en donde estudia cómo la sociedad alemana se transformó en nazi.
Su investigación muestra cómo la combinación de distintos factores va modificando poco a poco el comportamiento de una sociedad. La alimentación del odio hacia el otro durante años, el síndrome de autoflagelación colectiva, la crisis económica, la decadencia de los partidos tradicionales y, al final, el surgimiento de un salvador de gestos y oratoria espectacular y agresiva que corporiza la necesidad de destruir un sistema y la esperanza de construir otro distinto que traerá gloria y progreso.
Lo explica así: “Aquel fue el levantamiento de una generación joven de activistas, cuya meta principal era desarticular la cultura de castas de la Alemania conservadora. El nazismo atrajo a tantos alemanes debido a su amplia base social, a su populismo y a su retórica antielitista. Su racismo y su antisemitismo probablemente realzaron su imagen popular. Pero el nazismo está más cerca de nuestras tradiciones políticas de lo que nos gusta creer puesto que las ideas democráticas se combinan continuamente con nociones menos democráticas y adquieren fácilmente una retórica de amigo o enemigo, de inclusión o exclusión, que amenaza la integridad de los derechos individuales”.
Pero, por suerte, aquello pasó hace un siglo y en otro mundo.
Es cierto que hay personajes, crisis, odios y locuras parecidas, pero cualquier similitud con la realidad no puede ser más que pura coincidencia.
Por suerte, sí, porque si no, la historia se repetiría como tragedia y farsa a la vez.