Mensajepor dfrezza » Jue Sep 11, 2014 9:03 pm
La injusticia de la deuda externa
Opinión.
La discusión sobre la deuda externa ha tenido hasta ahora un solo tratamiento: su forma de pago. Las discusiones y posiciones varían, pero se diferencian sólo en esto. Ninguno –o prácticamente ninguno– de los economistas que debaten se detiene en lo que primariamente debiéramos estar discutiendo: su legitimidad. Discutir si una deuda es legítima, o es odiosa, o si corresponde pagar, cuánto, cómo, dónde, y por qué , es discutir necesariamente en términos históricos. Es pensar (y aprender) los motivos por los cuales (y escenarios en los cuales, procesos políticos en los cuales, gobiernos en los cuales, argumentos con los cuales, promesas con las cuales) semejante deuda se contrajo, para financiar qué cosa (la convertibilidad, por ejemplo), a qué costos, con qué resultado. ¿Trajo la deuda algún desarrollo para el país? Ninguno. Al contrario. Y entonces, qué se debe pagar. Por qué. A quién se le adeuda qué cosa. ¿Y la responsabilidad sobre la crisis de los países como Argentina? Sobre quién pesa esa responsabilidad (criminal, como menciona Zaffaroni, tomando a Naucke)?
La Argentina de 2001 alcanzó un ratio deuda/PBI altísimo, cercano al 200%. El país que se endeudó no fue sin embargo un país exitoso, que aprovechó esa liquidez financiera para crecer en ningún campo. Al contrario. Los incrementos de la deuda externa fueron de la mano del atraso económico y social, a tal punto que uno puede preguntarse si no hay entre ambos fenómenos una correlación necesaria y directa y continua: a menos deuda, más desarrollo. Más deuda es siempre, o casi siempre, mayor atraso. Si las deudas perjudican a los países que las contraen (como Argentina, que no en vano comienza con el sobreendeudamiento durante la dictadura, ya que hay planes económicos y financieros que nunca hubieran podido ser promovidos por un gobierno constitucional, elegido democráticamente, hay planes financieros que necesitaban una dictadura sangrienta, dato no menor y por demás elocuente, para imponerse en la sociedad, mientras es expoliada es perseguida, vaciada, desindustrializada, torturada) entonces es legítimo preguntarse (en tanto estos países son víctimas y no artífices directos de los procesos de endeudamiento, en cuyos márgenes inmorales y grises operan los fondos buitre) hasta dónde estos países están obligados a pagar (a semejantes actores, responsables de crisis financieras en todo el mundo, de especulación y corridas, de presiones y lobby, prácticas que por definición atentan contra una democracia) la deuda externa. Las deudas afectan a estos países: inhiben su desarrollo. ¿Pueden los países ser extorsionados, amenazados? ¿No demuestra esto ya el móvil de la discusión de la deuda, que trasciende a la ganancia y es sobre la esencia misma de lo que es la democracia en un mundo subsumido políticamente al poder financiero, poder en las sombras, que nadie elige pero regula el mundo? En el círculo del endeudamiento los países emergentes nunca prosperan. Siempre pierden.
La deuda externa fue contraída contra los argentinos y no en su favor. Cavallo fue funcionario en dictadura y en democracia, pero el corazón ruinoso de su pensamiento necesitó, primero, de un baño de sangre, el secuestro de personas, el robo de bebés, y luego (en los ‘90) de una sociedad entre temerosa, inconsciente, y adormecida, que aún creía en la mano invisible.
La política argentina debiera discutir la legitimidad de una deuda inmoral (inmoralmente contraída, inmoralmente exigida. inmoralmente pagada) tomando la teoría de la deuda odiosa, deuda execrable o deuda ilegítima, que sostiene que la deuda externa de un Estado o país contraída, creada y utilizada contra los intereses de los ciudadanos del país en cuestión, no tiene por qué ser pagada y por tanto no es exigible su devolución, ya que los prestatarios (IFI, en connivencia con bancos de inversión, que ponían al país como “modelo” ante el mundo mientras se endeudaba con un enorme déficit fiscal) habrían actuado de mala fe, y por tanto dichos títulos, contratos –bonos o contratos comerciales– son nulos legalmente. Hay una parte de la deuda externa, mayor que la que detentan los buitres, que es insanablemente nula. La deuda externa perjudicó en los ‘90 a los argentinos. No se contrajo en su favor, sino en su contra. Los argentinos padecieron esto que ahora –se les dice– deben “pagar”. Esto debe quedar claro porque hace a la legitimidad (ilegitimidad) de la deuda. Los actores que se beneficiaron no hablan. Los corresponsables del endeudamiento (aunque a veces les arrojen huevos) tampoco. Pero son éstos los actores que debieran poner la cara. No hace falta aclarar que los fondos buitre, por otro lado, como su nombre lo indica, no actúan nunca de buena fe.
OEA / Becario del Instituto de Derechos Humanos de la Abo Akademie, Finlandia