Mensajepor solatorres » Vie Mar 12, 2021 5:10 pm
Recordando al prócer
A fines de los '90, un grupo de empresas productoras de pulpa para papel -canadienses y finlandesas, principalmente- se enfocaron en la mesopotamia argentina. El territorio tenía enormes ventajas: buenas comunicaciones e infraestructura, fácil salida al mundo por el Paraná y, con algunos trabajos en la desembocadura, también por el río Uruguay. Pero, sobre todo, vastas plantaciones de eucaliptus, resultado de políticas de promoción. Y los árboles podían ser de ellos, y crecían siete veces más rápido que en las heladas soledades de Canadá o Finlandia. Así que se vinieron y hablaron con el señor Gobernador de la Provincia de Entre Ríos.
Lo que les propuso el señor Gobernador los dejó espantados. Nunca habían visto mayor desvergüenza. Juntaron sus papeles y se fueron a un país decente, nuestra vecina República Oriental del Uruguay. Y allí construyeron su planta, cerquita del puente por el cual -esperaban- recibirían la madera desde los obrajes argentinos.
El señor Gobernador estaba indignado, furioso: no sólo se le escapaba el negocio, la planta en Uruguay proclamaba que los entrerrianos (y los argentinos) teníamos gobernantes deshonestos.
Así que, en su momento, habló con su amigo, el señor Presidente de la República, Néstor Kirchner. Y así se inició la campaña contra las plantas "contaminantes". El humo de las chimeneas mataba a los pájaros, que caían a montones. Los efluentes eran venenosos, polucionando nuestras orillas. La contaminación visual de las feas chimeneas era insoportable...Se soliviantó a los vecinos, y el propio señor Presidente concurrió a arengarlos. Se prohibió la exportación de madera. Se habló del imperialismo finlandés. Se cerraron los puentes, y no faltaron los que sugerían bombardear Montevideo. Los moderados decidieron llevar las cosas al Tribunal Internacional. A La Haya.
Para consolidar la presentación, Romina Piccolotti, a cargo de Medio Ambiente, solicitó un estudio de impacto ambiental. Tuvo la estúpida idea de encargarlo a un profesional competente. El resultado fue desolador.
La planta uruguaya prácticamente no contaminaba. Ni el aire, ni el agua. Y las chimeneas no ocupaban casi nada del campo visual. Pero, en cambio, las plumas de los efluentes crudos de las ciudades argentinas, y el relave de nuestros campos saturados de agroquímicos sí que eran un gravísimo problema.
Kirchner siguió adelante, tan sutil como siempre. Fuimos a La Haya, gastamos una fortuna, perdimos, el cierre de los puentes nos malquistó con los Uruguayos, las plantaciones envejecieron sin que se pudiera vender su madera y, sobre todo,las fábricas de pulpa se instalaron en otro país. Nada de exportaciones, nada de fuentes de trabajo, nada de nada. Pero el macho se dio el gusto.