Una vision sobre la tragedia del FFCC
February 27, 2012
No se aprende de la tragedia
Filed under: Cotidiana — Jorge Avila @ 8:31 pm
Las empresas del Estado son fuente de ineficiencia, déficit fiscal y corrupción. A partir del desastre del FFCC Sarmiento el pasado 22 de febrero, debo agregar la inseguridad (la muerte) a la lista de males que acarrea el capitalismo de Estado, si bien podría argumentarse que el desastre del Sarmiento es una forma terrible de ineficiencia. Entre otros observadores, he dicho esto muchas veces (uno, dos), y mucho antes que yo lo dijeron con meridiana claridad Friedman y Von Mises.
La empresa estatal es intrínsecamente ineficiente, deficitaria y corrupta porque maneja capital y trabajo pero no dispone de capacidad empresarial. Le falta uno de los tres recursos fundamentales en la producción. La capacidad empresarial es el servicio que presta el dueño de la empresa. Como la empresa estatal pertenece a todos los ciudadanos que residen dentro de una cierta jurisdicción, en los hechos la empresa no pertenece a nadie. No tiene dueño. Nadie se preocupa realmente por asignar eficientemente sus recursos de capital y trabajo a fin de maximizar sus beneficios. Cada tanto puede aparecer un gerente que tome los intereses de la empresa como propios. Pero a la larga prevalece su condición de tierra de nadie, no muy distinta a la de plazas y rutas abandonadas a la buena de Dios.
La causa última del desastre del FFCC Sarmiento es la virtual estatización del sistema ferroviario en 2003. Los responsables últimos de los 51 pasajeros que murieron y de los 700 que resultaron heridos son el matrimonio Kirchner, el ministro De Vido, los secretarios de transporte público desde entonces a la fecha y, por supuesto, los empresarios Cirigliano, que están a cargo de la concesión del tren. Aunque cabe consignar que la aparición de empresarios de la calaña de los Cirigliano es inevitable cuando se monta un sistema oscuro y arbitrario de subsidios a través de fondos fiduciarios, como el que montaron y sostuvieron hasta el día de la fecha el expresidente Kirchner, la presidente Kirchner y el ministro De Vido.
La causa del desastre es el populismo kirchnerista. La economía kirchnerista es inclasificable. Podría definírsela como un capitalismo de amigos cuyas reglas cambian según los vientos políticos o desastres como el que comento, hasta desembocar en abruptas estatizaciones en medio de una nube de corrupción. La economía kirchnerista no es socialista; por cierto, es menos eficiente y bien intencionada que los ejemplos clásicos de la socialdemocracia europea.
Póngase por un momento en el lugar de Cirigliano. ¿Cómo hubiera actuado como concesionario de trenes bajo el gobierno kirchnerista? Frente a un aumento acumulado del costo de vida de 400%, el gobierno le congela la tarifa del servicio que presta. El gobierno avala aumentos salariales que superan incluso aquel porcentaje y usted debe seguir la corriente. El gobierno mantiene la propiedad de locomotoras, vagones, estaciones y edificios; también planifica inversiones. El gobierno no le renueva el contrato de la concesión. El gobierno compensa el déficit operativo de la empresa con un subsidio. Para ajustar el subsidio a la suba del costo de vida y para que éste llegue puntualmente, usted debe peregrinar todos los días a la oficina del ministro De Vido, ponerse a su servicio, prestarle, sin que se ofenda, su avión, yate o departamento en París. Todo su negocio está en el aire. ¿Considera que la empresa es suya? Qué va. Usted es apenas un administrador que cobra boletos, paga sueldos y repara menudencias. ¿Cómo cabe esperar que actúe Cirigliano o cualquier otro? Reparando lo menos posible, coimeando a los funcionarios clave e invirtiendo el excedente en una cuenta bancaria lejos de la garra del gobierno o de una revuelta que destruya sus bienes. Cirigliano ha actuado lógicamente. No es mi intención justificarlo. No se me escapa que un empresario decente no consideraría la posibilidad de meterse en semejante negocio. Sólo pretendo explicar que la intervención estatal conduce a estos resultados.
Desde el miércoles 22 por la noche se discute en la TV el desastre del FFCC Sarmiento. Los panelistas y entrevistados están bien informados. Creo que tienen buenas intenciones. Quieren una solución. Y parece que ya la han encontrado: ¡más estado y menos mercado! Algunos trasnochados llegan al límite de echarle la culpa del desastre al ‘Estado Gendarme’ que se habría inaugurado en la década de 1990. Creen, o quieren creer, que la empresa siniestrada es privada con todas las letras por el mero hecho de llamarse TBA en vez de FFCC del Estado Argentino.
El problema económico argentino, del cual el desastre del Sarmiento es una de las tantísimas consecuencias, es la inobservancia del derecho de propiedad y el contrato. Aprendamos de una buena vez a respetarlos. La política de ferrocarriles (y de servicios públicos en general) del próximo gobierno debería tener en cuenta estas consideraciones:
1º Negociar la concesión por un plazo tan largo como sea necesario para que la empresa pueda recuperar la inversión en locomotoras, vagones, estaciones, vías, señales, administración y entrenamiento de personal.
2º Por medio de una justicia independiente y una policía no política, asegurarle a la empresa que el contrato entre ella y el Estado es una promesa jurídica creíble, que las tarifas podrán ajustarse por inflación, los polizontes se podrán expulsar de los vagones y los intrusos u okupas se podrán desalojar de las estaciones y los espacios asignados por contrato a la empresa concesionaria.
3º Establecer tarifas que cubran el costo operativo más los gastos de inversión, más una ganancia acorde con la tasa internacional de beneficios más la prima de riesgo-argentino.
4º Regular a la empresa ferroviaria pues tiene poder monopólico. Sin olvidar que la competencia de ómnibus, motocicletas y otros medios privados fija un límite a dicho poder monopólico. No minimizar ni siquiera por un instante la posibilidad de que los dueños de la empresa coimeen a reguladores, secretarios, ministros y al mismo presidente de la Nación.
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