Mensajepor crist » Mié Jul 07, 2010 1:03 pm
JOHANNESBURGO.- "¡Qué pena que no esté más Argentina. Me había provocado una enorme illusión!", me dice, en el centro de prensa de la hermosa Ciudad del Cabo, David Walsh, del Sunday Times . Podría citar a muchos colegas más. Como a Richard Williams, uno de los más reputados del Guardian . O aquel artículo, más conocido en Buenos Aires, de Rob Hughes en The New York Times , pidiéndole "perdón y gracias" por haberle "dado una brisa de aire a una era demasiado conservadora en el deporte". Arrigo Sacchi, aún con sus dudas, decía que nadie como la Argentina se animaba a jugar con un solo pivot en el centro del campo. Hasta los críticos más duros comenzaron a revisar conceptos. "Los que dudábamos de la condición divina de Maradona nos estamos viendo obligados a cuestionar nuestro agnosticismo", escribió John Carlin, en El País , de España. Diego Maradona era la figura del Mundial. Como Muhammad Alí cuando combatió en 1974 en Zaire con George Foreman, "Diego les dijo a los africanos que era un africano como ellos", me dice Alessandro Fiessoli, de La Nazione , de Florencia. Su pasión en el campo recibía puros elogios en la prensa sudafricana. Y sus conferencias de prensa, las más frescas y espontáneas, con sus eventuales desbordes y provocaciones incluídas, eran las más concurridas de todas. Alguien que dice lo que piensa. Aunque no resulte políticamente correcto.
El Mundial de Sudáfrica había cumplido una de las primeras fases más aburridas y amarretas en la historia de todas las Copas. Y allí estaba la Argentina de Maradona. Jugando al ataque. Liberando a sus jugadores. El fútbol a los futbolistas. Mayo 68 en Sudáfrica. El fútbol, sabemos, es la mayor fábrica de ilusiones. ¡Y cómo no ilusionarse con una selección que sale al ataque y apuesta a la inspiración! ¿Acaso no decimos que el fútbol sigue siendo un juego? ¿Por qué dejar entonces ese juego en manos de los burócratas, los sargentos o los patrones del pizarrón? Además, a Italia, maestra del juego táctico en la defensa, la echó Eslovaquia haciéndole un gol de un saque lateral, casi como en un partido entre casados y solteros. A la Inglaterra de Fabio Capello, Alemania la echó con un gol de potrero, de arco a arco. Al Brasil de Dunga, rey del pragmatismo, lo echó Holanda con dos goles de pelota parada. Los maestros del pizarrón en offside.
¿Por qué no creer que ese fútbol de ataque anárquico, puro instinto goleador, no tenía chances de ganar el título? Alemania, se sabía, era otra cosa. Un rival joven, ofensivo y organizado. Se aceptó, de antemano, que el juego podía ser de ida y vuelta. Ataque contra ataque. ¿Cómo no confiar, si nadie tenía tantos goles en la temporada como los delanteros de la Argentina? ¿Por qué no creer que, como Mario Kempes en Argentina 78 y Maradona en México 86, ahora sí aparecerían los goles de Lionel Messi para romper la presumida paridad de fuerzas? Allí fueron, confiados, unos 30.000 argentinos a hacerse escuchar a Ciudad del Cabo. Más los millones que miraban desde el país. Alemania nos confirmó que el fútbol, como todo juego, tiene sus reglas.El problema no fue sólo que Javier Mascherano quedó aislado en el centro del campo, con compañeros sin la misma capacidad de lucha y de recorrido que él. El problema fue que tampoco hubo ataque contra ataque. Excepto algunos minutos, fue un monopolio rival. "Una de las mejores actuaciones de Alemania en todos los Mundiales", la definió Günther Netzer, ex jugador. Sin réplica, y sin vocación ni preparación para defender, se perdió por nocaut. Los otros tres partidos de cuartos se definieron por un gol de diferencia o por penales. El nuestro terminó 4-0. No apareció Messi, el hombre señalado para hacer la diferencia. Messi, se sabe, no es de muchas palabras. Lo sufrió hace unos meses el periodista Scott Price, de Sports Illustrated , la revista más importante del deporte de Estados Unidos. "Okey, media hora", le respondieron después de varios meses. Cuando llegó a Barcelona, los treinta minutos pasaron a ser quince. Y apenas interrogó sobre Maradona, el hombre de Adidas que controlaba todo ordenó que de ese tema no debía preguntarse. Price debía escribir varias páginas y completó su reportaje con otras entrevistas. "Tú pones a Messi en el peor equipo del mundo -le dice Carles Rexach, el hombre que aprobó su ingreso en Barcelona- y puede que en diez minutos no toque la pelota, pero en el minuto once elude a tres y anota. Messi no necesita a nadie".
Antes del Mundial, el periodista argentino Leonardo Faccio publicó en la revista Etiqueta Negra , que se edita en Perú, un trabajo de meses sobre Messi. Habló a solas con él en la Ciudad Deportiva de Barcelona. Con hermanos de Lio. Con el padre. Con el carnicero de la familia. Hasta con maestras de la niñez en Rosario. Una de ellas cuenta que, cuando tenía seis años, Messi no le hablaba y que la interlocutora era la compañera de banco. "Pero todos querían jugar con él. Era un líder que ejercía en silencio", dice la maestra. Exactamente así lo hace hoy en Barcelona. Me lo cuentan los periodistas que lo siguen en España. Y el que mejor comprendió sus silencios, me agregan, es el DT Josep Guardiola, que echó a Ronaldinho y a Deco primero, a Samuel Eto´o después y hasta corrió también a Zlatan Ibrahimovic, para darle el centro del ataque que él reclamaba, sin necesidad de decirlo. Guardiola armó un Barcelona a la medida de Messi. También Maradona cambió esquemas originales para favorecer el juego de Messi. Y hasta le dio la capitanía ante Grecia. "A Messi -me dice alguien- no hay que darle la capitanía. Hay que darle la pelota".
La Argentina no supo cómo recuperar la pelota cuando Alemania le copó el mediocampo. Messi terminó resignado. Los alemanes, dato curioso, lo frenaron sin necesidad de hacerle una sola falta. Messi, se sabe, no tiene por qué ser Maradona. Ni fuera ni dentro de la cancha. Tal vez aún esté madurando su forma de rebelión ante la adversidad. No lo favoreció, seguramente, el esquema de una Argentina que acaso confundió vocación ofensiva con suicidio. Que fue al frente como el boxeador con el pecho descubierto, cuando el rival ya tiene planeado por dónde lanzará el contragolpe. El notable Marcelo Bielsa, estudioso como es, reiteró en Sudáfrica con Chile su protagonismo ofensivo. Contra Honduras o contra Brasil. Dunga lo esperó feliz. Le lleva ganados todos los partidos y casi siempre por goleada. ¿No es más inteligente elegir seguir con vida que "morir con la nuestra"? Lo mejor, es cierto, es lo que hace al jugador sentirse más seguro. Como "el Loco" Abreu cuando define un boleto a la semifinal "picando" un penal. "Esa es su seguridad. A lo mejor, si hubiese querido tirar a colocar lo erraba", me dice un DT hoy en boca de todos, comentarista televisivo en Sudáfrica.
Acaban de eliminar a Uruguay. El Mundial que era sudamericano terminará siendo europeo. Tengo mis primeras sospechas. Me las deja el árbitro uzbeco Ravshan Irmatov y sus fallos en contra de Uruguay. En la conferencia de prensa, Oscar Tabárez hace honor a su condición de "Maestro". Acepta la derrota sin llorar. Los diarios publican aquí que mientras Brasil y otras selecciones sufrieron problemas al llegar a su país, a la Argentina de Maradona, en cambio, le dieron un recibimiento de campeón. Armado, dicen unos. Otros, allí presentes, me juran por correo que fueron a agradecer emocionados. Julio Grondona cometió muchos errores en sus treinta largos años en la AFA. El barra muerto en Sudáfrica es apenas una muestra. Y sus ex aduladores y ahora críticos -por negocios de la TV- podrán encontrar muchas más. Pero, aun contando la gruesa falla de haber desarmado una exitosa estructura en los juveniles, acertó mucho más en la selección. Hasta amagó irse si lo echaban a Carlos Bilardo tres meses antes de México 86. Resistió a los reclamos por Maradona como DT hasta que aceptó su momento. Y en este primer Mundial, después de tropiezos no menores y una serie de seis derrotas inédita en 90 años de selección, la Argentina concretará en Sudáfrica su mejor posición desde Italia 90. Fracaso, dicen muchos. Ante la derrota, los besos, otrora gestos de apoyo, se transformaron en circenses. La conferencia, ya sin gracia, exhibe cero autocrítica o algún elogio al rival. El Rey quedó desnudo, como quedamos todos a la hora de la derrota. Cuatro a cero debería eliminar toda duda religiosa. "Dios ha muerto", me dice un colega. Lo que todavía sigue viva es la utopía. "Nos sirve para seguir caminando", escribe Eduardo Galeano.
Ezequiel Fernandez Moores
Quien tosudamente sigue negando lo que genera Maradona, es ciego y sordo.