Mensajepor gina » Sab Nov 21, 2015 11:11 pm
En las últimas dos semanas CFK se la pasó mascullando bronca contra La Cámpora, la agrupación que lidera su hijo, porque no movilizó para la convocatoria al Obelisco en contra de Macri y por la decisión de Axel Kicillof de sacarse una foto con la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde.
Si bien no hizo actos ni cadenas nacionales, utilizó la red social Twitter para defender el modelo y pedirles a los argentinos que no cambien cuando vayan a las urnas. También recordó a su difunto esposo, Néstor, en el Día de la Militancia, y atacó al juez federal Claudio Bonadio por el allanamiento al Banco Central.
El entorno que la acompaña hasta el final está integrado por el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini (candidato a vicepresidente), Máximo, Axel Kicillof, Eduardo “Wado” de Pedro y Julián Alvarez. Se irá con los “pibes” de La Cámpora, a los que decidió darle cargos, poder y estructura en los últimos años de su gobierno.
Entre sus medidas finales están pasar personal a planta permanente (aparecen designaciones casi todos los días en el Boletín Oficial) y preparar un paquete de leyes que incluyen la creación de una YPF para Río Turbio, así como la participación en las ganancias de los empleados de empresas telefónicas y de televisión. En la oposición no descartan que firme algún decreto polémico antes de abandonar el poder.
Su último tramo del gobierno se caracterizó por el desbande. No puede, y tal vez no quiere, controlar a Aníbal Fernández, su jefe de Gabinete, que dispara con “fuego amigo” a la campaña de Scioli cada vez que tiene oportunidad. No controla a Florencio Randazzo, su ministro del Interior, que también ataca al gobernador bonaerense. Tuvo que intervenir para que su bloque de diputados le votara los nombramientos en la Auditoría General de la Nación (AGN). Y ahora, su principal preocupación es la Justicia. Hay varias causas abiertas en su contra, entre ellas, la de Hotesur, que involucra tanto a ella como a su hijo.
Esta es quizás la mayor obsesión de la jefa de Estado, que –ya sin poder– deberá defenderse en los tribunales. Aunque intentó que la causa pasara al sur, no lo consiguió.