La otra devaluación por Gabriela Pousa
Criamos al kirchnerismo como se cría un chico. Le permitimos desde el primer día hacer lo que quiera sin medir consecuencias, que gatee libremente, que abra cajones, toque enchufes, juegue con los adornos, se trepe a los sillones, llore y grite… Así durante doce años.
Hoy, en esta adolescencia progresiva, pretendemos que se comporte con altura, buscamos ponerle limite sin garantía de éxito por la simple razón de no tener noción del significado de ese concepto. Inútil pretender que obre acorde a normas o reglas que jamás se le ha enseñado. Sucede con el ser humano en el seno familiar, y sucede con el gobierno en el marco político y social.
El hartazgo, la apatía, el creer que “la buena vida” es sinónimo de poder comprar en cuotas un electrodoméstico más, nos convirtió en portadores de una paciencia infinita. El tener cotizó más que el ser. Hubo convencimiento de que se le debe pleitesía a quien nos “regaló” recitales de rock, nos inauguró una canilla, divirtió en Tecnópolis y habilitó feriados, convirtiendo fechas patrias en fines de semanas largos.