Mensajepor rapolita » Lun Jun 23, 2025 10:02 pm
el acuerdo no es un “contrato cerrado”, sino una negociación permanente entre objetivos parcialmente incompatibles, que solo se vuelven coherentes si hay confianza mutua en que el otro no va a empujar el tablero.
El Gobierno busca bajar la inflación como piedra angular de su legitimidad política, aunque eso implique postergar la acumulación de reservas. En cambio, el FMI, cuya misión es preservar la sostenibilidad externa, necesita ver reservas creciendo —porque sin eso, el resto del programa es frágil.
Ambos entienden que no pueden tenerlo todo al mismo tiempo:
El FMI sabe que exigir acumulación rápida de reservas puede desatar una suba del dólar e inflación.
El Gobierno sabe que desinflar sin reservas lo deja sin red ante un shock externo.
Por eso, el “sentido” del acuerdo no está tanto en su coherencia técnica inmediata, sino en su rol como mecanismo de disciplina mutua: el Fondo empuja a que se mantenga la austeridad fiscal; el Gobierno busca que el Fondo le conceda márgenes para priorizar la estabilidad nominal.
En cierto modo, están jugando al equilibrio del trapecista: si uno se mueve de forma brusca, ambos caen. Pero si logran coordinar mínimamente, el equilibrio —aunque precario— es posible.
¿Querés que veamos cómo se resolvieron tensiones similares en otros programas del FMI, como el de Brasil en 1999 o Turquía en 2001? Hay paralelismos interesantes.