Mensajepor adxrsi » Jue Nov 20, 2014 3:43 pm
Un día de Evita en la Fundación, por Marysa Navarro
“Evita dedicaba todas sus tardes (en rigor lunes, miércoles y viernes), hasta altas horas de la noche, a la ‘ayuda social directa’. Recibía largas filas de ancianos, hombres, mujeres con niños en los brazos y jóvenes que venían a pedirle trabajo, una pensión, materiales para construir una pieza, una máquina de coser, una casa en un barrio o unos gramos de estreptomicina. El procedimiento para llegar hasta ella era muy sencillo. Se pedía una audiencia en su oficina del Ministerio o se le escribía una carta a la residencia presidencial, explicando el problema. Las cartas eran leídas en la calle Austria y allí se contestaban todas por igual, sin hacer cuestión ni por un momento de afiliación política. Cuando la persona empezaba a desesperar, venía la respuesta, conteniendo el día, la hora y el lugar, ya fuera por la tarde en Ministerio o muy temprano en la residencia. Una vez en el despacho de Evita, la espera no terminaba pues por lo general ella debía interrumpir las entrevistas para cumplir con otras obligaciones, un acto oficial, una reunión sindical, una inauguración o acompañar a un visitante extranjero. Pero siempre volvía, dispuesta a conversar pacientemente con todos los que la habían aguardado, preguntándoles uno a uno que necesitaban. Enterada del problema, los varios secretarios que se movían a su alrededor, entre los que infaltablemente se hallaba Renzi, empezaban a cumplir sus decisiones y ella estampaba sus iniciales en las órdenes que debían a ser llevadas a otras dependencias, según el caso concreto. A veces, ante una madre con un niño en los brazos y otros dos colgados de las faldas, le preguntaba que medios tenía para ir a la casa. Si no se quedaba satisfecha con la respuesta, abría una carpeta en la que guardaba billetes y le daba unos cuantos. Si era tarde y la carpeta estaba vacía, le pedía a cualquiera de los ministros o altos funcionarios que estuvieran en su despacho que sacaran sus carteras (billeteras) y le dieran lo que tenían. Otras veces, mandaba a su chofer que llevara a un viejito a su casa y no faltó la ocasión en que cuando llegó el momento de abandonar el Ministerio, se tuvo que tomar un taxi pues su auto todavía no había vuelto.”