Mensajepor inge » Mar Nov 02, 2010 9:37 am
Creo q vale la pena leerlo.
Con la coma
Eduardo Aliverti
Dolor y festejo, salvo alguna excepción, vienen a ser como antónimos perfectos. Pero
no es tan obvio que tampoco son iguales la consternación y el dolor, aunque suenen parecidos.
A estos dos últimos términos volvió a usárselos casi como sinónimos. Y la diferencia
entre uno y otro, más allá de precisiones semánticas, es muy importante para juzgar una
de las reacciones, tal vez inesperada, ante el impacto que produce el muerto.
El dolor es patrimonio de los que sienten que con este modelo recuperaron, ante
todo, antes que absolutamente nada, la posibilidad de creer en la política como un instrumento
que puede servir para mejorarnos la vida, y no siempre para jodérnosla. Que hay
dirigentes políticos que no viven para cagar al pueblo. Cabe interrogarse por la influencia
que habrá tenido, en esta notable muestra masiva de dolor, el hecho de que Kirchner no
haya parado un segundo a pesar de su salud debilitada. Todos los que, en público, le pedían
que frenara, le exigían en verdad que dejara de confrontar. Porque si lo hacía, podían
recortar aquello en que los afectaba. Mucho o poco, los jodía que Kirchner no parara. El
tipo, como cualquiera, andaba sin detenerse por una pulsión vivencial. Vaya uno a saber
cuánto de consciente era en torno de que, si no regulaba la máquina, la muerte próxima
sería inevitable, o al menos una probabilidad. Pero, ¿a cambio de qué parar la máquina?
¿De dejar de ser? ¿De pasar por la vida, en vez de vivirla como a él le gustaba? La primera
impresión e incluso bastante después ante la noticia de su deceso, coincidamos, fue incredulidad.
¿Por qué, si se conocía que estaba mal? Porque al líder, al referente, al conductor,
en primer término no se lo imagina muerto y, después y por eso mismo, no se quiere que se
detenga. Y si cumple con eso, con lo que se quiere de él, al cabo no interesa si dio la vida
por su pueblo o por él mismo. Lo que importa es lo que uno quiere imaginar que hizo. Pero
para eso, pequeño detalle, debe haber pasado que lo que hizo benefició a mucha gente,
porque de lo contrario esa gente ni siquiera se toma el trabajo de imaginar nada. Es eso
de que la memoria no consiste en lo que pasó, sino en lo que se construye de lo ocurrido.
Y se construye por la necesidad de creer; que en política, para el caso, significa creer que
esa necesidad fue satisfecha en buena medida. ¿A qué salió a la calle y fue a la Rosada,
dolorida pero efervescente, semejante multitud? ¿A qué, nutrida por tanta gente humilde,
y tantos pendejos golpeándose el corazón y surgidos desde lo que se creía la nada misma
dejada por el menemato, y tanto oficinista que gana dos mangos y hasta una izquierda que
sin venir del palo estaba segura de que debía estar ahí? ¿A qué, que no sea que además de
lo habido hay un por haber sólo canalizable en la realidad de agarrase de este piso?
El festejo es más detectable aun. Festejan la Rural, los grandes medios, Carrió, el
Episcopado, Duhalde, los genocidas, tanto ganso que llama a las radios, variados factores
de poder, fachos de la clase mie***, etcéteras. Esos también son pulsión primaria en su
festejo, porque, a poco que se detengan en examinar, se murió la figura que les concentraba
el odio y el discurso único. Y entonces tienen dos problemas: de dónde diablos salió
toda esta gente emocionada; y cómo se hace para seguir bardeando a una mujer sospechosa
de no retroceder, pero encima con imagen, real o construida, de sola contra todos.
Es decir: contra todos ellos. Y con tanto pibe que la banca.
Finalmente, la consternación. El “¿y ahora?”, que se escuchó por tantas vías. Hay
lo especulativo de quienes tienen intereses concretos. Kirchner, quedó dicho, era el gran
ordenador de la oposición, en todas sus vertientes. Su iracundia, sus provocaciones, si se
quiere sus excesos, amalgamaban a la contra porque fue él, Kirchner, quien instituyó esa
suerte de “péguenme, cuanto más mejor porque me hacen más fuerte”. Si Cristina era y
es la jefa de Estado, él era, sin la más mínima duda, el jefe político. Él era el barro. Era
la tensión con el sindicalismo pesado, el que maniobraba con los barones mafiosos del
Gran Buenos Aires, el que operaba, el ministro de Economía, el que les ponía los puntos
a los generales y coroneles del establishment. En la división de tareas de la férrea sociedad
política del matrimonio, la fortaleza Cristina se ocupaba de bajar las grandes líneas
discursivas con una oratoria impactante. Pero el barro era él, y ahora hay que ver quién
lo cubre: no necesariamente porque ella no sabría cómo hacerlo, sino porque no puede,
ni debe, atender todos los frentes. De modo que el Poder -una parte del Poder- se quedó
momentáneamente sin el gran interlocutor con quien trabarse en combate. Y con la
mujer, esa mujer, erigida en amazona solitaria. La cosa es que tal idea de desamparo no
cruza solamente al nivel dirigencial opositor. Alcanza también a los que, consternados
pero desde la planicie, pasaron a preguntarse quién ordena la mugre de aquí en más. Mal
o bien, lo hacía Kirchner y, tanto que lo putearon los incontinentes del “dónde iremos a
parar”, resulta que él garantizaba la “gobernabilidad” desde el fango. El enorme desafío
de Cristina es encontrar el reemplazo de esa administración del lodo, porque con todo no
va a poder. Y acaban de debutar, consternados, ante la muerte, los dudosos de si esto no
será aunque sea lo menos malo frente a la impresentabilidad de la oposición.
Si es por interrogantes y ante la impresionante manifestación popular frente al muerto,
algunos deberían preguntarse por qué no habrán cumplido su farsesca palabra de retirarse
para siempre de la política. Algunos deberían preguntarse por toda la militancia que les
falta, antes de siquiera soñar que el pueblo llorará por ellos. Algunos deberían preguntarse
si acaso no es hora de sumar con honestidad ideológica a la espectacularidad de la política
real, y no a la política de la espectacularidad. Algunos deberían preguntarse si no es mejor
no dejar un solo resquicio más, para liquidar la sospecha de que pueden ser la gran candidatura
blanca. Algunos deberían preguntarse si no les queda algún rincón para la incertidumbre,
cuando resulta que ante el muerto rindió homenaje tanto mundo del mundo del que
según los grandes medios estábamos aislados. Algunos deberían preguntarse si les conviene
persistir en su presentación como única salida posible y revolucionaria, al comprobar que
tantos pibes movilizados prefieren militar y conmoverse con otra esperanza. Los momentos
dramáticos sirven para medir la capacidad de no quedar en el lado equivocado.
Casi ayer, hace menos de diez años, esta sociedad salía a la calle con aquella clamorosa
exigencia de que se fueran todos. Todos. Que no quedara ni uno solo. Hoy, mucha de
esa misma sociedad volvió a las calles a llorar que se fue un político en plena actividad. Y
a darle fuerza a una Presidenta. Se piense como se piense acerca de este Gobierno, nadie
puede rebatir seriamente que el salto entre una y otra situación supone una mejora general
de expectativas populares.“Estoy azorada”, decía ayer una oyente radiofónica. “Hasta el miércoles estábamos
todos de acuerdo en que la inflación es un desastre, y en que ya no damos más con la
inseguridad, y en que había que cuidarse hasta en el Censo. Y resulta que ahora salen
esta multitud y todos estos pibes a defender al Gobierno”. Ese mensaje, seguramente,
es representativo de los tantos que acaban de descubrir que el país de Clarín&Cía no es
el único.
Chau, Kirchner. Pero chau así, únicamente con coma. Porque sin coma es de los miserables
que estaban apurados por que te murieras. Sin coma es de esa gente que debe
estar cayendo en la cuenta de que está en problemas, vista toda la otra gente que salió y
dijo lo que dijo: ni un paso atrás.MARCA DE RADIO, sábado 30 de octubre de 2010.