La rescatable coherencia
Con consolidar, en el plano interno, la indeseable imagen trucha, era suficiente.
Con las estadísticas truchas. La caravana de indicadores truchos. La tolerancia trucha. Como el diálogo con la prensa.
O la espontaneidad de la morenita de Barbados, que quiso besarla.
Pero Nuestra César desperdició el envoltorio académico comprado, para promover la fantasía del relato en el exterior.
Una manera de decir, porque, por suerte, casi no se la escuchó.
Sólo Unidos y Organizados hoy toma su liderazgo en serio.
El exterior representaba sólo el marco, para dirigirse al argentino.
No obstante, el gran cuento armado para giles, que enloda a las universidades de Georgetown y de Harvard, podía haberle servido para brindar, hacia adentro, algún mensaje alentador. Una señal. Un gesto destinado a generar algún brote de confianza, ya invariablemente extinguida.
De todos modos, Nuestra César mantuvo la rescatable coherencia: “Si tenemos que truchar, truchemos todo”.
Y se largó entonces, desordenadamente, a truchear. Todo.
El relato -que es cada vez más trucho- mantiene el final abierto.
En una atmósfera envolvente de declinación. Y con dos próximas fechas que incorporan cierta tensión narrativa al aburrimiento de la gestión oral, administrativamente paralizada.
“Hablo con millones de argentinos” -asegura. Y aquí tiene también relativa razón.
A través de los monólogos por cadena nacional les habla a los millones de interlocutores imaginarios.
Los que, en cuanto comienza a articular, recurren al zapping.
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