Re: Actualidad y política
Publicado: Sab Dic 28, 2013 5:32 pm
Juana Azurduy, amazona de la libertad
Autor: Felipe Pigna (resumido)
Que bueno que el nombre de una mujer remita a canción y a poema gracias a aquel maravilloso trabajo de Félix Luna y Ariel Ramírez, “Mujeres argentinas” que inmortalizó la querida voz de Mercedes Sosa.
Y nunca está de más recordar que la lucha de las mujeres fue fundamental en aquella guerra gaucha, esa guerra corajuda y desigual que se libró sin recursos pero con mucho ingenio y una audacia sin límites.
De un lado los ejércitos del rey, los mismos que venían de vencer a Napoleón. Del otro un pueblo decidido y comandado por gente que no hacía gala del ejemplo, lo ejercía.
Esta maravillosa mujer había nacido en Chuquisaca el 12 de junio de 1780, mientras estallaba y se expandía la rebelión de Tupac Amaru. Su familia la pensó monja y ella se pensó libre. Ganó Juana y hubo que sacarla del convento de Santa Teresa, según el parte de la Madre Superiora, por su irreductible conducta altiva. Afuera la esperaba la lucha y el amor de la mano del comandante Manuel Asencio Padilla.
Juana era lo que se dice una revolucionaria de la primera hora. Participó con Padilla en la revoluciones de Chuquisaca y La Paz en 1809, y un año después alojó en su casa a Juan José Castelli, uno de los comandantes de las tropas patriotas que iba a cumplir su sueño de hacer la revolución en el Alto Perú.
Tras la derrota de Huaqui los realistas lograron rodear su casa en la que resistió como pudo junto a sus hijos, hasta que Padilla en una acción absolutamente temeraria logró liberar a su familia.
Juana ayudó a crear una milicia de más de 10.000 indios y comandó varios de sus escuadrones. Libró más de treinta combates, siempre a la vanguardia, haciendo uso de un coraje desmedido que se fue haciendo famoso entre las filas enemigas a las que les había arrebatado personalmente más de una bandera y cientos de armas. Su accionar imparable permitió recobrar del dominio español las ciudades de Arequipa, Puno, Cuzco y La Paz.
Juana lo fue perdiendo todo, su casa, su tierra y cuatro de sus cinco sus hijos, Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes, en medio de la lucha. No tenía nada más que su dignidad, su coraje y la firme voluntad revolucionaria. Por eso, cuando los Padilla estaban en la más absoluta miseria y un jefe español intentó sobornar a su marido, Juana le contestó enfurecida: “La propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por mantener la esclavitud, más no a los que defendían su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego”.
Juana salvó a su marido que había caído prisionero en febrero de 1814 en una operación relámpago que dejó sin rehenes y sin palabras al enemigo.
El 3 de marzo de 1816 Padilla y Juana atacaron al general español La Hera cerca de Villar, allí Juana al frente de treinta jinetes, entre ellos iban varias amazonas, logró detener a los realistas, recuperar fusiles, quitarles el estandarte y cubrir la retirada de su compañero
Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida con el grado de teniente coronel de una división muy explícita “Decididos del Perú”, con derecho al uso de uniforme, según un decreto firmado por el director supremo Pueyrredón el 13 de agosto de 1816 y que hizo efectivo el general Belgrano quien debía entregarle el sable correspondiente, pero prefirió brindarle el suyo, el que lo había acompañado en Salta y Tucumán y durante el heroico éxodo jujeño.
Estaba en Chuquisaca con su hija Luisa y su nieta Cesárea aquella tarde de noviembre de 1825 cuando al abrir la puerta se encontró nada menos que con el general Simón Bolívar que quería tener el honor de conocerla. Fue un abrazo profundo, con pocas palabras, estaba todo muy claro pero para el Libertador se hizo necesario decir: “esta república, en lugar de hacer referencia a mi apellido, debería llevar el de los Padilla”.
en fin rodeada de una hija que no tiene más patrimonio que las lágrimas.” 2 Bolívar le concedió a la heroica luchadora una pensión vitalicia de 60 pesos, que fue aumentada por el presidente de Bolivia, Mariscal Sucre, pero que Juana cobraba cada tanto hasta que dejó de cobrarla cuando la burocracia le estaba ganando una de las pocas batallas que le ganaron en su vida. Juana murió en la soledad, el olvido y la pobreza, paradójicamente en una casa en la calle “España” en un humilde barrio de Chuquisaca, el 25 de mayo de 1862.
Referencias:
1 Carta de Manuel Asencio Padilla al general José Rondeau fechada el 21 de diciembre de 1815, en Gumucio Baptista, Otra historia de Bolivia, La Paza. 1989
2 Joaquín Cantier, Doña Juana Azurduy de Padilla, La Paz, Editorial Ichtus, 1980
Fuente: http://www.elhistoriador.com.ar

Autor: Felipe Pigna (resumido)
Que bueno que el nombre de una mujer remita a canción y a poema gracias a aquel maravilloso trabajo de Félix Luna y Ariel Ramírez, “Mujeres argentinas” que inmortalizó la querida voz de Mercedes Sosa.
Y nunca está de más recordar que la lucha de las mujeres fue fundamental en aquella guerra gaucha, esa guerra corajuda y desigual que se libró sin recursos pero con mucho ingenio y una audacia sin límites.
De un lado los ejércitos del rey, los mismos que venían de vencer a Napoleón. Del otro un pueblo decidido y comandado por gente que no hacía gala del ejemplo, lo ejercía.
Esta maravillosa mujer había nacido en Chuquisaca el 12 de junio de 1780, mientras estallaba y se expandía la rebelión de Tupac Amaru. Su familia la pensó monja y ella se pensó libre. Ganó Juana y hubo que sacarla del convento de Santa Teresa, según el parte de la Madre Superiora, por su irreductible conducta altiva. Afuera la esperaba la lucha y el amor de la mano del comandante Manuel Asencio Padilla.
Juana era lo que se dice una revolucionaria de la primera hora. Participó con Padilla en la revoluciones de Chuquisaca y La Paz en 1809, y un año después alojó en su casa a Juan José Castelli, uno de los comandantes de las tropas patriotas que iba a cumplir su sueño de hacer la revolución en el Alto Perú.
Tras la derrota de Huaqui los realistas lograron rodear su casa en la que resistió como pudo junto a sus hijos, hasta que Padilla en una acción absolutamente temeraria logró liberar a su familia.
Juana ayudó a crear una milicia de más de 10.000 indios y comandó varios de sus escuadrones. Libró más de treinta combates, siempre a la vanguardia, haciendo uso de un coraje desmedido que se fue haciendo famoso entre las filas enemigas a las que les había arrebatado personalmente más de una bandera y cientos de armas. Su accionar imparable permitió recobrar del dominio español las ciudades de Arequipa, Puno, Cuzco y La Paz.
Juana lo fue perdiendo todo, su casa, su tierra y cuatro de sus cinco sus hijos, Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes, en medio de la lucha. No tenía nada más que su dignidad, su coraje y la firme voluntad revolucionaria. Por eso, cuando los Padilla estaban en la más absoluta miseria y un jefe español intentó sobornar a su marido, Juana le contestó enfurecida: “La propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por mantener la esclavitud, más no a los que defendían su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego”.
Juana salvó a su marido que había caído prisionero en febrero de 1814 en una operación relámpago que dejó sin rehenes y sin palabras al enemigo.
El 3 de marzo de 1816 Padilla y Juana atacaron al general español La Hera cerca de Villar, allí Juana al frente de treinta jinetes, entre ellos iban varias amazonas, logró detener a los realistas, recuperar fusiles, quitarles el estandarte y cubrir la retirada de su compañero
Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida con el grado de teniente coronel de una división muy explícita “Decididos del Perú”, con derecho al uso de uniforme, según un decreto firmado por el director supremo Pueyrredón el 13 de agosto de 1816 y que hizo efectivo el general Belgrano quien debía entregarle el sable correspondiente, pero prefirió brindarle el suyo, el que lo había acompañado en Salta y Tucumán y durante el heroico éxodo jujeño.
Estaba en Chuquisaca con su hija Luisa y su nieta Cesárea aquella tarde de noviembre de 1825 cuando al abrir la puerta se encontró nada menos que con el general Simón Bolívar que quería tener el honor de conocerla. Fue un abrazo profundo, con pocas palabras, estaba todo muy claro pero para el Libertador se hizo necesario decir: “esta república, en lugar de hacer referencia a mi apellido, debería llevar el de los Padilla”.
en fin rodeada de una hija que no tiene más patrimonio que las lágrimas.” 2 Bolívar le concedió a la heroica luchadora una pensión vitalicia de 60 pesos, que fue aumentada por el presidente de Bolivia, Mariscal Sucre, pero que Juana cobraba cada tanto hasta que dejó de cobrarla cuando la burocracia le estaba ganando una de las pocas batallas que le ganaron en su vida. Juana murió en la soledad, el olvido y la pobreza, paradójicamente en una casa en la calle “España” en un humilde barrio de Chuquisaca, el 25 de mayo de 1862.
Referencias:
1 Carta de Manuel Asencio Padilla al general José Rondeau fechada el 21 de diciembre de 1815, en Gumucio Baptista, Otra historia de Bolivia, La Paza. 1989
2 Joaquín Cantier, Doña Juana Azurduy de Padilla, La Paz, Editorial Ichtus, 1980
Fuente: http://www.elhistoriador.com.ar
