Víctor Hugo y los muertos de Once
Siento vergüenza ajena por la actitud de Víctor Hugo Morales, un paraperiodista al servicio de Cristina. Varias veces lo critiqué por ser un defensor mediático de malandras de la peor calaña como Amado Boudou o Lázaro Báez. En otras ocasiones expresé mi bronca por el ataque sistemático que hizo durante todo este tiempo al oficio de periodista. Justo él, que se comporta como un mayordomo radial que todas las mañanas le coloca la alfombra roja a todos los ministros y después les saca la pelusa del hombro.
Es el principal relator del relato. En muchos casos su odio contra Clarín lo llevó a defender lo indefendible. Es alguien que supo elogiar a la dictadura argentina y por eso, según el mismo confesó, tuvo que pedirles perdón mediante una carta a las Abuelas de Plaza de Mayo. O esa inexplicable camaradería para jugar al fútbol, cenar y cantar tangos en un cuartel del ejército en plena dictadura uruguaya. Ahora es un millonario que le gusta colgar pósters del Che Guevara pero en su propio departamento de Nueva York.
Siento verguenza ajena por este gobierno que calló y que mandó a callar a sus artistas populares y militantes sobre la tragedia de la estación Once donde la corrupción y la negligencia asesinaron a 52 personas. Ayer comenzó el juicio oral y siempre sentí verguenza ajena por el silencio de este gobierno frente a este siniestro en todo el sentido de la palabra que muestra claras responsabilidades de funcionarios nacionales. Entre los 29 acusados están dos ex secretarios de transporte como Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi y los hermanos Cirigliano armaron el rompecabezas de la matriz corrupta del estado.
El juez Claudio Bonadío le agrega a los gremialistas y los caracteriza como “trilogía siniestra”. El propio fiscal Federico Delgado denunció la existencia de un pacto cuya complicidad evitó cualquier tipo de control. Por eso millones y millones de pesos de subsidios fueron a sus bolsillos y no a invertir para mejorar las condiciones de los trenes.
Por eso muchos personajes públicos que se llenan la boca con la defensa de los derechos humanos y que tienen puesta la camiseta de Cristina, callaron, fueron cómplices con su silencio o directamente, miraron para otro lado. Eso es repudiable. En una forma de la hipocresía y la inmoralidad.
Pero Victor Hugo Morales fue mas allá y no se conformó con esa actitud. Se puso a militar en contra de los familiares de las víctimas. Emitió informes proporcionados por el oficialismo con el único objetivo de hecharle la culpa de todo el maquinista Marcos Córdoba quien, seguramente, también tiene su cuotaparte de responsabilidad en lo que pasó. Pero dedicarle horas de radio y televisión a tratar de limpiar las manos de Ricardo Jaime o de los empresarios y de paso, arrojar sombra sobre la lucha de los familiares de las víctimas es demasiado. Es too much, diría la presidenta que admira Victor Hugo Morales. Entra en el campo de lo inhumano no conmoverse frente a semejante tragedia. Tal vez por eso, María Lujan Rey reaccionó en forma tan contundente. Estaba indignada cuando dijo que le daba “asco” lo que decía y hacía Víctor Hugo.
Si quiere colaborar para que Ricardo Jaime y su gobierno salgan limpios de culpa y cargo de esto es una brutalidad política pero una elección por la que deberá rendir cuenta a la opinión pública como todos nosotros. Pero tratar de ensuciar la lucha por la verdad, la justicia y el castigo a los culpables es intolerable. María Lujan es inclaudicable y honrada en su pelea. Es la madre de Lucas Menghini Rey que murió en la tragedia y apareció dos días después atrapado entre dos vagones y gracias al trabajo de búsqueda que hizo su padre, Paolo Menghini.
Ella reaccionó ante la actitud de Victor Hugo diciendo algo demoledor:
“Cuando por obsecuencia se justifican muertes inocentes se convierte en un ser despreciable. De ese lugar no se vuelve”.
Creo que una madre coraje como María Lujan, lo dijo todo.
Siempre en la vida y en el periodismo hay que tener respeto por las víctimas y la mirada implacable sobre los victimarios. Fiscales del poder y abogados del hombre común, decía Albert Camus. Eso debería hacer un periodista salvo que su odio lo lleve a relatar los relatos y las mentiras de estado.
Leuco
