Mensajepor Oximoron » Vie Sep 21, 2018 8:44 pm
Los dejo con Marco Polo, uno que se sintió como campesino al visitar China en una época en que Europa estaba asolada por la inseguridad y en donde todos se metían adentro de un castillo.
El relato sobre la inconmensurable China se corona con la descripción a fondo de varias ciudades que maravillaron a Marco Polo, quien las calificó de magníficas, opulentas y portentosas. Quinsai, la moderna Hangzhou, la antigua capital de la vencida dinastía Song en Mangi (nombre que los mongoles daban a la China meridional), se reveló al veneciano como un lugar de maravilla absoluta que no dudó en definir como «un paraíso». En aquella época, la ciudad contaba con más de un millón de habitantes y sus dimensiones eran enormes. Todas las cantidades se cuentan por miles: 12.000 puentes, 100.000 guardias, 4.000 baños públicos, 30.000 soldados, banquetes con 10.000 comensales, palacios de 1.000 habitaciones, 1.600 millares de edificios, 50.000 personas en la plaza del mercado... Tanta es la admiración por este monstruo urbanístico y su comarca que le es difícil expresarla en palabras: «Es verdaderamente muy costoso describir la gran nobleza de esta provincia y, por lo tanto, callaré». También la ciudad de Zayton, variopinta, cosmopolita y tolerante, situada en la China del sureste, poblada por comerciantes persas, árabes, indios, marineros, emisarios, oficiales, soldados, monjes y misioneros budistas, taoístas, hindúes, musulmanes, judíos, cristianos nestorianos, maniqueos... provoca que Marco Polo la denomine el «puerto de las delicias».