Re: Actualidad y política
Publicado: Jue Abr 04, 2019 1:51 am
Los caídos duelen para siempre
Ariel Torres
Ayer, como cada 2 de abril desde hace años, fue un día vagamente irreal, jaspeado por recuerdos punzantes y memorias que las décadas han deslucido, como una foto expuesta mucho tiempo al sol, una nebulosa sosegada en la que algunos fragmentos de realidad lograron, de a ratos, hacer pie. Esta pantalla, la Redacción, el tránsito escaso del feriado, el calor que no termina de retirarse, y eso que ya estamos en abril, 2 de abril. Las arias de Gluck, en la voz de Janet Baker, y el olor verde del jardín, bañado por el rocío, ayer por la mañana, antes de venirme al diario.
A los 21 años no me gustaba la ópera. Dentro de un mes, la hojarasca empezará a impregnar el aire con el olor acre del otoño, y eso me transportará de nuevo a Campo de Mayo. Antes de 1982 amaba ese perfume. Luego ya no pude quererlo más. Gluck y después Bach. Siempre la Baker, porque su intensidad me empuja cada tanto de nuevo al presente, cuando la ópera es mi música favorita y mamá ya no está.
Mamá sufrió todo lo que puede sufrir una madre que tiene a sus dos hijos bajo bandera, aguardando la orden de marchar al frente. Para ella fue un purgatorio. Por eso, imagino, reía tanto el día que se terminó la guerra. Cuando en el vivac los preparativos para movilizarnos parecían estar listos, contra todo pronóstico, volvimos al cuartel porteño y nos enviaron a casa; y mamá reía, me abrazaba y repetía:
-Se terminó, gordito, se terminó.
Pero yo estaba abismado y, como cada 2 de abril desde entonces, no podía pensar o solo podía pensar en los caídos, en las mamás y los papás de los caídos, y más tarde, cuando lo supimos, en esos hombres en tumbas sin nombre que solo ahora han sido identificados. Restan diez.
Diez, si no me equivoco, eran los conscriptos del grupo de tiradores que me asignaron el día que fui convocado. Diez, contándome a mí. Cinco de mayo de 1982. Desde esa mañana incomprensible hasta el día que volvimos a la vida civil, mi obsesión fue que todos regresaran con vida, si nos tocaba ir al frente.
Pero no fuimos, y mamá reía y yo estaba demasiado serio, y me preguntó si no me sentía contento y le dije que no, que todos esos muertos me pesaban, que siempre me iban a pesar.
Recuerdo las caras de los soldados de mi grupo, pero se me han borrado por completo sus nombres. Sé, en cambio, que uno de ellos, un descendiente de polacos cuya diligencia y energía eran un ejemplo y un motivo de esperanza, tuvo un hijo durante la contienda. Había también un joven de Tigre, callado y de mirada resignada. El más menudo del equipo, que armaba cigarrillos con el tabaco que sacaba de una lata enorme que abultaba cómicamente su chaquetilla, solía ensañarse con el bolsón portaequipo y lo apuñalaba con la bayoneta, proclamando que él solo iba a matar "a todos esos ingleses". Después de la guerra nunca más volví a verlos, pero soñé durante meses con que les fallaba, con que no lograba que volvieran a sus casas.
Es muy cierto lo que sienten muchos ex combatientes. Te preguntás por qué vos sobreviviste y otros, no. Incluso cuando (o tal vez porque) nunca llegué al frente, los caídos siguen siendo una pena para siempre. Mamá reía y yo me preguntaba, mudo e inmutable, cuántas mamás nunca más volverían a reír como antes. Mamá reía y yo no podía sacarme de la cabeza ese día en que ella, papá, mi abuelo y mi novia habían venido de visita a Campo de Mayo y luego de una hora de hablar sin hablar tuvieron que partir y en un momento los cuatro me miraron al mismo tiempo por la luneta trasera del auto con una tristeza que nunca había visto antes, y, mientras mamá reía, aquella tarde en que se terminó la guerra, supe que para cientos de familias y excombatientes el calvario no había hecho sino empezar. Para todos ellos, mi homenaje, apesadumbrado y humilde, que viene durando ya 37 años.
https://www.lanacion.com.ar/opinion/los ... nid2234596
Ariel Torres
Ayer, como cada 2 de abril desde hace años, fue un día vagamente irreal, jaspeado por recuerdos punzantes y memorias que las décadas han deslucido, como una foto expuesta mucho tiempo al sol, una nebulosa sosegada en la que algunos fragmentos de realidad lograron, de a ratos, hacer pie. Esta pantalla, la Redacción, el tránsito escaso del feriado, el calor que no termina de retirarse, y eso que ya estamos en abril, 2 de abril. Las arias de Gluck, en la voz de Janet Baker, y el olor verde del jardín, bañado por el rocío, ayer por la mañana, antes de venirme al diario.
A los 21 años no me gustaba la ópera. Dentro de un mes, la hojarasca empezará a impregnar el aire con el olor acre del otoño, y eso me transportará de nuevo a Campo de Mayo. Antes de 1982 amaba ese perfume. Luego ya no pude quererlo más. Gluck y después Bach. Siempre la Baker, porque su intensidad me empuja cada tanto de nuevo al presente, cuando la ópera es mi música favorita y mamá ya no está.
Mamá sufrió todo lo que puede sufrir una madre que tiene a sus dos hijos bajo bandera, aguardando la orden de marchar al frente. Para ella fue un purgatorio. Por eso, imagino, reía tanto el día que se terminó la guerra. Cuando en el vivac los preparativos para movilizarnos parecían estar listos, contra todo pronóstico, volvimos al cuartel porteño y nos enviaron a casa; y mamá reía, me abrazaba y repetía:
-Se terminó, gordito, se terminó.
Pero yo estaba abismado y, como cada 2 de abril desde entonces, no podía pensar o solo podía pensar en los caídos, en las mamás y los papás de los caídos, y más tarde, cuando lo supimos, en esos hombres en tumbas sin nombre que solo ahora han sido identificados. Restan diez.
Diez, si no me equivoco, eran los conscriptos del grupo de tiradores que me asignaron el día que fui convocado. Diez, contándome a mí. Cinco de mayo de 1982. Desde esa mañana incomprensible hasta el día que volvimos a la vida civil, mi obsesión fue que todos regresaran con vida, si nos tocaba ir al frente.
Pero no fuimos, y mamá reía y yo estaba demasiado serio, y me preguntó si no me sentía contento y le dije que no, que todos esos muertos me pesaban, que siempre me iban a pesar.
Recuerdo las caras de los soldados de mi grupo, pero se me han borrado por completo sus nombres. Sé, en cambio, que uno de ellos, un descendiente de polacos cuya diligencia y energía eran un ejemplo y un motivo de esperanza, tuvo un hijo durante la contienda. Había también un joven de Tigre, callado y de mirada resignada. El más menudo del equipo, que armaba cigarrillos con el tabaco que sacaba de una lata enorme que abultaba cómicamente su chaquetilla, solía ensañarse con el bolsón portaequipo y lo apuñalaba con la bayoneta, proclamando que él solo iba a matar "a todos esos ingleses". Después de la guerra nunca más volví a verlos, pero soñé durante meses con que les fallaba, con que no lograba que volvieran a sus casas.
Es muy cierto lo que sienten muchos ex combatientes. Te preguntás por qué vos sobreviviste y otros, no. Incluso cuando (o tal vez porque) nunca llegué al frente, los caídos siguen siendo una pena para siempre. Mamá reía y yo me preguntaba, mudo e inmutable, cuántas mamás nunca más volverían a reír como antes. Mamá reía y yo no podía sacarme de la cabeza ese día en que ella, papá, mi abuelo y mi novia habían venido de visita a Campo de Mayo y luego de una hora de hablar sin hablar tuvieron que partir y en un momento los cuatro me miraron al mismo tiempo por la luneta trasera del auto con una tristeza que nunca había visto antes, y, mientras mamá reía, aquella tarde en que se terminó la guerra, supe que para cientos de familias y excombatientes el calvario no había hecho sino empezar. Para todos ellos, mi homenaje, apesadumbrado y humilde, que viene durando ya 37 años.
https://www.lanacion.com.ar/opinion/los ... nid2234596