Las drogas son tan antiguas como el hombre. Y de alguna manera, cargados de cicatrices y con más pasado que futuro, acá estamos. Quizás la diferencia surge porque antes su uso estaba limitado a provocar estados alterados de conciencia para fines religiosos. Las usaban los sacerdotes, es decir los más inteligentes e instruidos para charlar con sus dioses o provocar una alucinación equivalente, vaya uno a saber.
En algún momento los sacerdotes, con razón, se asustaron y escondieron la guía y dejamos de charlar con los dioses para enfrascarnos en cuestiones de índole más mundana como comer como cerdos, garchar como conejos, robarnos como ratas, asesinarnos como salvajes, esclavizarnos, asociarnos para patotear al vecino, o sólo hacerle bullying al compañero de puros jodones, pero eso si, muy democráticamente les dejamos el teléfono a los dioses con tarifa plana disponible a todos y dentro de todos a cada inconsciente que técnicamente no necesitaría de las drogas para arruinar su vida, aunque con ellas resultan más eficaces en su autodestrucción.
Yendo a lo concreto, y considerando lo anterior no sé si es una buena idea, pero probablemente no se note la diferencia.
