alexis escribió:Esa nota salio en el Paskin Tiempo, esta delirando ese muchacho.
Mientras tanto en el mundo real, hasta en peru saben que esta mujer se desbarranca:
"Un sondeo de la consultora Management & Fit realizado entre el 15 y 26 de abril, al que tuvo acceso The Associated Press, señaló que 59,6% de los encuestados desaprueba la gestión de la mandataria, 29,3% la aprueba y 11,1% no sabe o no contesta. Cuando fue reelegida en octubre de 2011, la administración de Fernández gozaba de 64% de aprobación y 29,4% de desaprobación."
O sea, o tiene el doble desaprobacion o la mitad de la aprobacion que tenia entonces.
http://www.larepublica.pe/08-05-2013/se ... corrupcion
Franklin Roosevelt vs. Alfred Landon (por Adrián Paenza)
Las encuestas han invadido nuestras vidas. Como es obviamente imposible plebiscitar a toda la población sobre algún tema candente, la matemática provee una herramienta muy útil, pero también muy peligrosa: hacer preguntas a un grupo esencialmente “pequeño”, pero cuyas respuestas uno pueda extrapolar e imaginar que representan el “sentir” o “pensar” de la sociedad.
Un error que transforma todo el proceso en algo muy peligroso, es elegir mal la muestra. ¿Qué quiere decir mal? La muestra tiene que ser al azar. Es decir, el “campo” sobre el cual uno va a operar y hacer las preguntas tiene que haber sido elegido sin seguir ningún patrón. No hacerlo produce un error sistemático que es virtualmente imposible de salvar.
Acá va un ejemplo muy interesante y con múltiples ramificaciones para la Argentina de hoy. Situémonos en agosto de 1936. Franklin Roosevelt era el presidente norteamericano y candidato demócrata a renovar el cargo. Por su parte, Alfred Landon era gobernador de Kansas y candidato republicano para disputarle el lugar.
La revista Literary Digest hizo una campaña impresionante para tratar de predecir quién de los dos sería el futuro presidente. Ya lo habían hecho en forma más modesta durante veinte años, anunciando anticipadamente quién sería el ganador. Es decir, durante dos décadas, había conseguido la reputación de ser quienes podrían adelantar el resultado de la elección: habían acertado siempre.
La revista se ufanaba de ese poder de predicción y lo basaban en la muestra “enorme” que tenían para recoger los datos: sus propios suscriptores. Cada año, la base de datos era más grande y, por lo tanto, ellos pensaban que su poder de anticipación sería cada más infalible.
Pero decidieron dar un paso más. O varios pasos más. El padrón electoral del año 1936 era de casi 40 millones de personas. La revista, en un esfuerzo sin precedentes, decidió consultar a 10 millones de personas. Es decir, una cuarta parte del electorado.
El método elegido fue el que usted imagina y el más sencillo de todos: 10.000.000 de personas recibieron un sobre a través del correo común. Cada persona devolvía (si quería, claro está) el sobre que traía la estampilla “prepaga” con un anticipo de lo que habría de votar el día de la elección.
Por supuesto, el costo de tamaño esfuerzo fue descomunal, pero la revista Digest escribió, a través de un editorial firmado por su director, que ellos creían que se brindaba un gran servicio público al país, y cuando uno tiene en cuenta semejante responsabilidad, ningún precio se puede considerar alto.
Desde el punto de vista de la revista, la muestra tan desmesuradamente grande justificaba el costo. Aun en el caso de que los votantes devolvieran una fracción pequeña de los sobres, igualmente la muestra sería tan enorme que reduciría el margen de error a un número despreciable, menor a una fracción de 1 por ciento.
Las muestras actuales, las modernas, las del siglo XXI, se hacen con alrededor de 1.000 (mil) personas y con un margen de error que orilla el 3,1 por ciento. No bien uno incrementa la muestra, el error se reduce. Una encuesta que consulta a 4.000 personas tiene un margen de error de 1,6 por ciento, y si uno amplía la muestra hasta 16.000 (dieciséis mil) entonces el error se reduce a 0,78 por ciento.
Los sobres empezaron a llegar. En la primera semana ya se habían recibido 24.000 respuestas, con lo cual el error se estimaba en alrededor de 0,6 por ciento. Pero habría más: la semana de la elección, la muestra había alcanzado un pico increíble: 2.266.566 votantes. ¿El error? Pequeñísimo: 0,06 por ciento.
Los resultados fueron los siguientes: Landon: 1.293.669 - Roosevelt: 972.897. Por lo tanto, Landon estaba predestinado a obtener su triunfo con más del 57 por ciento de los votos y encima, con un margen de error que rondaba el 0,06 por ciento. La diferencia era tan descomunal que la señora de Roosevelt declaró: “La reelección de mi marido está en ‘las manos de los dioses”.
Sin embargo, como usted ya sabe, Landon nunca fue presidente de Estados Unidos. No solamente eso: Roosevelt ganó la elección con más del 62 por ciento de los votos. Landon pudo ganar solamente dos estados pequeños: Maine y Vermont. ¡Roosevelt ganó los restantes 46! ¡Todo el esfuerzo, todo el dinero, todo el prestigio, derrumbados en un solo día! ¿Qué pasó? ¿Cómo pudo haber salido todo tan mal?
La propia revista daba ingenuamente la respuesta a su propia debacle: los datos se extraían de todas las guías de teléfono que había en Estados Unidos en ese momento, de las listas de socios a clubes (como el Rotary) y asociaciones civiles como nuestro Automóvil Club, para poner otro ejemplo, además de listas de suscriptores a revistas como Time, Newsweek y la propia Literary Digest.
El año 1936 se ubica en el medio de la llamada Gran Depresión. Había una gran división entre pobres y ricos. Los ricos tenían (tienen) la tendencia de votar a los candidatos republicanos, que históricamente tienden a defender sus intereses. Los pobres, en cambio, siempre se inclinaron por los demócratas.
Tener un teléfono (que fue la fuente más importante de nombres y direcciones para la revista Digest) era un “lujo”. De hecho, se estima que menos del 20 por ciento de la población (una de cada cinco personas) tenía acceso a una línea telefónica en ese momento. Por lo tanto, haber usado la lista de direcciones de personas a quienes les mandarían los sobres usando las guías telefónicas sirvió para producir una distorsión flagrante: fue como haber hecho una gran lista de republicanos dejando a los demócratas afuera.
Está claro que a medida que uno amplía la lista de personas a encuestar, uno disminuye la posibilidad de error. Sin embargo, para poder sostener esta afirmación, es necesario conservar un dato esencial: la muestra tiene que ser elegida al azar. No importa si uno encuesta cien, mil, un millón o diez millones de personas: el error ocasionado por una mala elección de la muestra produce una herida mortal a la propia encuesta.
