Un año de luces, sombras y desafíos en el campo económico
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Guillermo Malisani
La Argentina consiguió en 2007 una marca histórica al transitar el sexto año consecutivo de crecimiento económico, con superávit fiscal y comercial y sensibles mejoras en los indicadores sociales, pero con la amenaza latente de la inflación, riesgos en el suministro de energía y una imperiosa necesidad de más inversiones.
Todos los analistas coinciden en que la economía mantendrá el año próximo el envión que le permitió después del derrumbe de 2001 acumular una suba de alrededor del 55 por ciento, una cifra superior al anterior récord del 53,6 por ciento logrado en el período 1903-1907, cuando el país empezaba a soñar con otro futuro y ser el granero del mundo.
Los números que refleja la economía argentina son incontrastables: un incremento global del PBI del 8,5 por ciento anual, un saldo comercial positivo cercano a los 10 mil millones de dólares, recaudación récord de más de 200 mil millones de pesos y un superávit fiscal del 3,4 por ciento del PBI.
Los motores que impulsaron el crecimiento son variados: una cosecha histórica cercana a los 100 millones de toneladas con precios internacionales altísimos, una industria creciendo a toda marcha, con cifras récord en la producción automotriz, recuperación de la construcción, suba en la intermediación financiera, un consumo a pleno y un fuerte empuje del rubro servicios que parece volver a tomar protagonismo.
Por efecto de ese “milagro” argentino, la desocupación se ubicó por debajo del 8 por ciento como no ocurría desde hace 20 años y la pobreza disminuyó al 23 por ciento (8 por ciento de indigencia) cuando en el peor momento de la crisis llegó a tocar el 60 por ciento.
Pero los efectos de la crisis aún siguen golpeando a los sectores más desprotegidos de la población: 1.300.000 argentinos están desocupados, 9 millones son pobres, una parte de ellos indigentes, y más del 40 por ciento de la gente trabaja en negro.
La economía parece haber entrado en una espiral ascendente en la que ni las restricciones energéticas, los tres cambios de ministros producidos en el año, las desprolijidades ocurridas en el Indec, los enfrentamientos del Gobierno con los ruralistas, parecen ponerle algún obstáculo o hacerle mella.
Sin embargo, más allá del balance favorable que en lo económico deja la gestión de Néstor Kirchner, su esposa Cristina Fernández, que estará cuatro años al frente del Gobierno, deberá enfrentar desafíos nada sencillos y el principal es el del fantasma de la inflación.
Para los números oficiales, la suba en el costo de vida se ubicará en el año cerca del 10 por ciento, pero para los especialistas es más del doble y podría tomar más impulso a partir de las anunciadas subas en tarifas del transporte.
Este recalentamiento en los precios, principalmente en alimentos y productos de primera necesidad que incluyó la emblemática lucha contra el aumento en el tomate, disparó una fuerte puja salarial por parte de los gremios, que ya adelantaron que quieren sentarse a negociar desde enero y que reclamarán mejoras que podrían llegar al 30 por ciento.
Otras luces amarillas se encendieron también en el comercio exterior ya que más allá del récord de exportaciones que podrían llegar a 53 mil millones de dólares (y trepar a 60 mil millones en 2008), existe un constante aumento de importaciones de bienes de consumo.
Una situación similar ocurre con las cuentas públicas a raíz del permanente incremento en el gasto y estas serán dos cuestiones que deberá encauzar el nuevo ministro Martín Lousteau para evitar que terminen erosionando el modelo.
En sus primeros pasos como Presidenta, Cristina Fernández dio claras señales de haber adoptado el estilo de su esposo: continuar tomando las decisiones macroeconómicas desde la Casa Rosada aunque sin un programa determinado, dejando las funciones ejecutivas y con limitado margen de maniobra al titular del Palacio de Hacienda.
La falta de inversión en infraestructura energética es otro punto que el Gobierno deberá atender con mayor dedicación, ya que el sistema está trabajando al límite con el riesgo de terminar poniendo límites a la industria.
Al riesgo energético se le suman también los cuellos de botella que el sector manufacturero está enfrentando por la presión del consumo y la falta de crecimiento en la capacidad instalada.
Este es uno de los factores que está presionando sobre los precios de productos de primera necesidad y la misma situación podría darse en el año próximo, sobre todo por el fuerte impulso del consumo.
OPORTUNIDADES Y RIESGOS. Este año le deja al próximo una base de crecimiento superior al 3 por ciento y algunas estimaciones privadas ubican la suba en 2008 por encima del 7 por ciento, con lo que la Argentina transitará su séptimo año de recuperación.
La balanza comercial dejará un saldo favorable de casi 10 mil millones de dólares y se mantendrá en el próximo. La cuenta corriente tendrá también un resultado positivo pero que el Gobierno pretende consolidar y elevar hasta 4 por ciento del PBI.
Pese a que ambos indicadores están disminuyendo, nada indica que puedan convertirse en una cuestión insalvable para la gestión de Cristina Kirchner.
Por otra parte, pese a las dificultades para acceder a los mercados de capitales, la Argentina tiene garantizado el financiamiento por seis meses para cubrir los 8.200 millones de dólares correspondiente a la primera mitad de 2008, aunque los vencimientos totales llegan a 16.500 millones.
Las preocupaciones están vinculadas con la inflación, con lo que pueda ocurrir con la preocupante situación financiera en el exterior y en las restricciones en materia energética que podrían afectar el ritmo de crecimiento industrial.
Además, el Gobierno deberá alentar la llegada de más inversiones, para lo cual deberá en principio cerrar las duras negociaciones con el Club de París.
Sin embargo, el principal desafío es conseguir una mejora en la distribución de la riqueza, ya que actualmente el 40 por ciento de la población más pobre recibe apenas el 12 por ciento del ingreso y el 10 por ciento más rico un 35 por ciento del total.
Estas cifras revelan, en definitiva, que aún viven en la Argentina casi 9 millones de personas pobres a quienes no les llegaron los beneficios de aquella vieja teoría del “derrame del crecimiento”.