El rey y su comitiva quedaron desnudos
Por Elio Rossi*
Podría comenzar este texto post cero-cuatro con una sentencia: Maradona tiene para sí la certeza absoluta de su incapacidad para armar un equipo. Maradona, podría agregar, tiene a la incapacidad adentro (en su cabeza, en su alma).
Alemania puso las cosas en su exacto lugar. No hubo tiempo para milagros del tipo “traeme a Martín”, ni para otras cuestiones metafísicas. El mito no alcanza. Ser Dios es insuficiente. Friedrich es ateo. También Lucas Podolsky. Lo mismo Miroslav Klose. Ni hablar de Sebastian Schweinsteiger, que le pegó un baile descomunal a todo el equipo argentino. Fue la contracara de Messi, quien jamás apareció.
El rey y su comitiva quedaron, finalmente, desnudos. Con la prepotencia del marcaje, el toque por abajo, contragolpe y contundencia, Alemania se encargó de bajar de un pedestal toda la mentirosa ilusión que el equipo de Maradona generó con triunfos absolutamente olvidables frente a cartoneros nigerianos, un sindicato de taxistas de Corea y cosechadores de olivas provenientes de Grecia. Con México ayudaron los árbitros.
Alemania dio cátedra de cómo juega un equipo. Argentina fue el exacto molde que Maradona diseñó desde que asumió como entrenador: la nada misma. Ni rebeldía ni juego ni ideas ni arrestos individuales ni soluciones desde el banco ni pelotas detenidas ni combinaciones ni paredes ni caños ni tacos ni defensa ni –casi– entrega. Alemania fue tan superior como lo marca el resultado. Y creo que si estaban finos, Argentina terminaba reeditando la goleada en contra con Bolivia. Fueron cuatro pero pudieron ser, mínimo, seis.
El DT creyó que Pastore (¡que ni siquiera fue determinante en Huracán-Vélez!) podía cambiar las cosas contra los alemanes. Nada más alejado de la realidad. Nada tan irreal. Ocurre que en el planeta Maradona, abundan la magia, las creencias, el supercherismo extremo. Heinze (ese horrendo futbolista cuyo hermano es empleado de la empresa marketinera que tiene como cliente principal a Maradona) jugó. Verón, no. El único socio posible de Messi vio todo el partido desde el banco. Ni el Negro Enrique pudo torcer las decisiones del entrenador. Tampoco el hombre de negocios Mancuso. Lo que quedó claro fue la enorme influencia de Oscar Ruggeri, cronicada por el grupo de permanentes genuflexos maradonianos que ¿informaban? desde Pretoria.
Ni el enorme aparato seudonazi, cuasi goebbeliano, que dispone el Gobierno para atacar al periodismo independiente, ni los arrastrados maradonianos de los programas de segmentos podrán compaginar –y distorsionar– lo que pasó ayer en Ciudad del Cabo.
Alemania les dio una lección de fútbol a Maradona y a la Argentina. La soberbia, el autoritarismo y la vana ilusión quedaron atrás. ¿Quedarán atrás o le darán otra oportunidad al esperpéntico cuerpo técnico que perdió el primer partido serio que le tocó jugar en este Mundial?
Cuando se postulaba para el cargo, escribí en PERFIL: “Hay que decirle ‘no’ a Maradona”. El desperdicio de Messi perpetrado aquí y los papelones de la Eliminatoria me eximen de cualquier rectificación.